En la 57 entre 10 y 12, la casa de Graciela nos esperaba con el portón del garaje abierto de par en par.
La tarde luminosa impedían atisbar desde la vereda los bancos repletos de chicos esperando las lecturas en el interior de la vivienda.
Los muchachos de sonido municipal ya habían instalado el bafle que sirve para leer sin esfuerzos.
Las lectoras voluntarias fueron desgranando relatos, versos sonoros y retahílas.
Pasaron la Walsh, Roldán y Guillén. Luego también ellos se animaron a leer.
Pasó la tarde, el momento de la despedida se acercaba. El chocolate ya estaba tibio y una vecina nos acercó una torta a la parrilla.
El Plan de Lectura Municipal leyó por primera vez en ese barrio que repite el nombre de nuestra ciudad. No será la última vez. El próximo jueves volverá a hojear otros cuentos y otras canciones.
A Lili, Vani y Marisa se sumarán otras, pero el encanto será idéntico.
